Pobrecito, nuestro otro Yo. ¿Qué es lo que ha hecho para que le hayamos tratado de esa manera? ¿Qué razones nos ha dado para que le metamos en lo más profundo de nuestro ser, para que no le dejemos siquiera asomarse, para que neguemos su existencia ante todos y ante nosotros mismos? ¿Se lo merece?
Es verdad que funciona a base de instintos primarios, que es incontrolable, impredecible, muy peligroso. Pero oye, también es valiente, dice lo que piensa, pasa del 'qué dirán' y si quiere hacer algo simplemente lo hace. No necesita ni permiso ni aplausos. Es auténtico.
A pesar de lo cual, o tal vez por eso mismo, lo tememos. ¡Mucho! Nos da tanto miedo que lo hemos enterrado a lo largo de los años bajo la educación recibida, la obediencia, la comodidad, la pereza, el miedo, la baja autoestima, la hipocresía, el postureo... y más recientemente, bajo esa corrección política que Terry Gilliam definía hace poco como "la Santa Inquisición de nuestros días".
"Hay alguien fuera.." |
No parece entender mucho de eso -de corrección política- Jordan Peele, que ya en la inclasificable Déjame salir dejó bien claro que en cuestión de contar historias el que manda es su otro Yo: salvaje, directo, sin pelos en la lengua. Sincero. Con Nosotros vuelve a embarcarnos en un viaje psicológico al otro lado del espejo, tras el conejo, hasta donde habita esa persona que no lleva maquillaje. Caretas fuera.
Y nos enseña un país de las maravillas donde la niña más interesada en su móvil que en potenciar su dones atléticos es toda una campeona olímpica, pero el niño que juega con mecheros es un peligroso pirómano. La mujer cobarde es valiente, y el 'cachopan' es un sádico asesino. Y así todo, o mejor dicho, todos. ¿Nos gusta el resultado? ¿Nos quitamos el maquillaje? Tal vez de hacerlo nuestro mundo ideal fuera un desastre, nos dice Peele, pero tal vez no. Tal vez todo lo mismo pero al contrario. Como en el espejo.
Siempre tuvo razón Pierre Teilhard de Chardin con aquello de "nosotros somos nuestro peor enemigo". A buen seguro que la película de Jordan Peele le hubiera encantado, aunque habría que ver si un tranquilo religioso jesuita hubiera soportado semejantes dosis de tensión dramática, giros inesperados, violencia desmedida y humor negro como tiene la que es tan solo la segunda obra del director estadounidense. Desde luego ese increíble dato es lo que más miedo da, porque de seguir explotando así esa capacidad de agitar por igual estómagos y conciencias... ay de nosotros.