La gran estafa americana **
Si tuviera que destacar una de las muchas virtudes que posee como director David O.Russell es la de saber lo que quiere. Sus tres últimas películas le han granjeado en su mundillo el título de ‘maestro’, gracias a esa capacidad de hacer de cada una de ellas lo que pretende: un hermoso dramón familiar, aunque sea oculto tras unos guantes de boxeo -The fighter-, una buena y de verdad diferente comedia romántica –El lado bueno de las cosas- y una para ganar Oscars –La gran estafa americana-.
Y catalogo así su última obra
porque desde hace ya unos cuantos años los directores parecen haber cogido el
truco que les lleve a optar a la preciada estatuilla, que pasa por conseguir
‘una peli bien hecha’. Algo sin duda meritorio pero que en multitud de ocasiones
–cada vez más- no significa que sea ‘una buena peli’. Son cosas diferentes,
pero es como si Hollywood no supiera o no quisiera verlo así. Y por ir al
ejemplo evidente, nombremos a Titanic.

O. Russell se vale por tanto
de dichos elementos, y comenzando con la representación de su ‘estafa’ apoya
toda la película sobre los hombros de un reparto sumamente llamativo, en todos
los aspectos. Actores jóvenes, guapos y también buenos –Jennifer Lawrence,
Christian Bale, Bradley Cooper, Amy Adams y Jeremy Renner- con los que ya ha
trabajado en sus películas y que sabe son todo un seguro tanto artístico como
económico. Ni un pero, es más, un aplauso por ello.
Y por último, los detalles:
los escotes de Amy Adams, los primerísimos planos de la cautivadora Lawrence,
la enésima transformación de Bale, las secuencias ralentizadas o las
apariciones estelares…
Poco importa que no vengan a
cuento o que de veras aporten o no algo a la historia en sí. Su mera presencia queda
bien, da empaque. Y cuanto más empaque.. ¿mejor?. ¿O mejor hecha?.
Lo que importa de una estafa, nos lo dice la película, es que acabe colando. ‘La Gran estafa..’ lo hace, aunque ya no sabe si eso es más digno de elogio que de escarnio. Posee algo tan sencillo como una historia, pero carece de algo tan complicado como lo que esta encierre y transmita.

El otro regalo, el que nos da
O. Russell, llama la atención, entretiene y con suerte consigue premios. Pero
al final, con el tiempo, más de un cliente acaba entendiendo que aquello que le
vendieron no era más que un artificio. Una hermosa caja de marca llena de
colores por fuera y vacíos por dentro. Y entonces se siente estafado.
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