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lunes, 19 de diciembre de 2011

Más que mil palabras

The artist ****

De primeras, podría pensar lo mal que le va al cine para que dos de las cinco mejores películas que he visto este año hayan sido una de “dibujos” ("Toy Story 3") y una muda. Pero lo cierto es que toca decir todo lo contrario al ver que aún quedan artistas capaces de sacarse algo “nuevo” de la manga para volver a cautivar y emocionar al público sin tener que recurrir al cansino 3D ni haciendo que Tom Cruise se juegue el tipo colgado del edificio más alto del mundo.

"The Artist" es una de esas obras que constata que no hay efecto especial que supere una buena idea, que a pesar de la innegable ayuda de los John Barry e I.A.L Diamond la esencia del cine siempre estará en la imagen y que, por supuesto, el prejuicio es padre de la ignorancia e hijo de la cagada.

La historia de "The Artist" es la ya tratada en otros grandes clásicos como “Cantando bajo la lluvia” o “Ha nacido una estrella”. El siempre atractivo cine dentro del cine, la irrupción del sonoro, el ascenso de un artista y el declive de otro… 


George Valentin –cautivador Jean Dujardin. Cautivador es la palabra- es el actor más querido y aplaudido de Hollywood hasta que Hollywood, como todo en esta vida, cambia, y con la llegada del sonoro llega el turno de la carne fresca, cuya mejor pieza es Peppy MillerBérénice Bejo-. Podría tratarse simplemente de una obra ambientada en aquella época y en aquel lugar y ya sería una buena película. Pero Michel Hazanavicius decide ir más allá y la transporta del todo a los años 20, no solo eliminando todo rastro de sonido o color sino también narrando la historia con el mismo montaje de entonces, el mismo estilo, los mismos planos y los mismos gags visuales dignos de Chaplin, Keaton o Lloyd haciéndola así más creíble, más “original”, mejor.

Dujardin se lleva La Palma
                  
Y el hecho de tratarse de una película muda no ha de ser excusa para amedrentar al público pues lo cierto es que, a falta de sonido, los planos de Vidor, los gestos de Chaplin o los decorados de Lang potencian aún más las facultades del espectador como espectador, que prestará más atención a lo que ve y recibirá con más impacto del habitual la simple imagen de una lágrima cayendo o una determinada sonrisa. La de Dujardin, concretamente, transmite mucho más y sin restarle su mérito que todos los saltos de Cruise por las paredes de Dubai.


La última escena del climax de “The artist” se me antoja un curioso homenaje a su homóloga de “El apartamento”. Y es precisamente el sonido, inexistente en los altavoces pero a todo volumen en nuestra mente, el protagonista absoluto y desencadenante de su acertado final. Una vuelta de tuerca más para que uno se quede definitivamente sin palabras. Después sólo queda oír un ruido ensordecedor: el de los aplausos. 


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