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jueves, 29 de noviembre de 2012

Golpe, en efecto

Es, en efecto, un auténtico golpe el que se siente al comprobar que Clint Eastwood ha faltado a la palabra que diera hace bien poco cuando aseguraba que "Gran Torino" supondría el fin a su trayectoria como actor, cerrando de manera sobresaliente e inmejorable una carrera mítica. Un vaquero del siglo XXI, enfrentándose a “los forasteros” del siglo XXI, en un “saloon” del siglo XXI. Y en lugar de matando, muriendo. Y venciendo. ¿Mejor final para el Eastwood actor? Imposible. Entonces…¿por qué volver al ruedo?. ¿Por qué lanzarse al barro para compartir cartel con Justin Timberlake?. Por lo visto, el inmortal californiano no sólo es un buen actor y un insuperable director; también sabe ser un gran amigo.

Clint Eastwood interpreta, una vez más, al viejo gruñón, solitario y con un recuerdo tormentoso que hoy por hoy parece inservible cuando en sus buenos años fue un auténtico crack en lo suyo: Matar ("Sin perdón"), robar ("Poder absoluto"), destapar noticias ("Ejecución inminente"), coger a los malos ("Deuda de sangre")… Esta vez su talento es (o era) el de fichar jugadores de béisbol. La “última oportunidad” para el ojeador Gus Lobel se convierte en un viaje (físico y espiritual, ya se sabe) con otros dos compañeros predestinados a encontrarse a sí mismos y de paso entre ellos: su atareada y hermosa hija Mickey (Amy Adams), y la expromesa del béisbol y ahora ojeador Johny Flanagan (Justin Timberlake). Siempre con el béisbol y su particular microcosmos como fondo, los protagonistas irán limando rencillas pasadas, encontrarán su posición en el campo de juego de la vida y demostrarán que son los mejores en lo suyo, retratando de paso a la gente mala que contamina el hermoso y auténtico mundo de este deporte.

Sin ninguna duda, el equipo de actores es lo más notable de la cinta de Robert Lorenz, que se ha rodeado muy bien para realizar su primera película como director y después de una larga carrera como mano derecha –ayudante de dirección y productor- de Clint Eastwood. Desde estos cargos ha firmado grandes obras como “Million dollar baby”, “Mistic River” o “Los puentes de Madison” y es por eso que Eastwood ha querido devolverle el favor con su retorno ante la cámara, que es por descontado lo mejor de “Golpe de efecto”.

"Golpe de efecto" es una película genuinamente americana. Y ya no solo porque gire entorno a un deporte tan desconocido aquí como venerado allí. Estamos hablando de moteles de carretera, barras de bar, partidas de billar, música country… todos esos ingredientes que tantas y tantas veces hemos visto en las películas de Eastwood pero que no por ello convierten la cinta en “una de Eastwood”. La historia en sí es tan predecible que el resto de minutos se convierten en una amalgama de situaciones supuestamente entrañables y en conjunto de secuencias de relleno que si bien no aburren del todo desde luego tampoco emocionan, y que la transforman en algo más cercano al telefilm de sobremesa que a una obra digna de comprar en DVD. Los diálogos de Eastwood (tal vez algunos sugeridos por él, como aquel en el que venera a su idolatrado James Cagney) son los únicos que despiertan a un 100% béisbol como pudiera serlo "Moneyball", sino que los strikes y los homeruns son sólo “el campo de juego” en el que tiene lugar un partido que hemos visto una y mil veces.



Sin duda Robert Lorenz demuestra tener tablas en la materia y "Golpe de efecto" contiene todos los ingredientes que debe tener una película clásica. Pero no irá más allá de ser la clásica película. Bien intencionada, algo larga, algo lenta, con sus buenos momentos y con un par de estrellas. Más o menos lo que para muchos viene a ser el béisbol. Tal vez "Golpe de efecto será recordada". Pero en ese caso será por haber sido, quién sabe, la última del Eastwood actor. Y eso sí que es un golpe. Bajo.

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