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martes, 6 de noviembre de 2018

Nothing Really Matters

Este artículo contiene spoilers

¿De qué va Bohemian Rhapsody? Son muchas las teorías sobre el verdadero significado de la obra maestra de Queen. Freddie Mercury nunca quiso desvelar lo que encerraba SU canción, y se dice que disfrutaba de lo lindo al escuchar las muchas opiniones -algunas muy locas, otras realmente buenas- que le daba la gente sobre 'Bo Rhap'. 

Yo siempre he pensado en ella como un resumen de la vida misma: una larga pero a la vez efímera experiencia llena tanto de momentos hermosos y tranquilos como también de episodios duros, violentos, melodramáticos, operísticos. Una especie de montaña rusa -¿real o fantasía?- llena de dudas y miedos, triunfos y fracasos, amigos y enemigos, dioses y demonios, que uno atraviesa a toda velocidad para terminar como ha empezado, solo, desnudo y agotado, con una mochila bien cargada y con una certeza absoluta que lo resume todo: nada importa realmente. 

Con esa premisa, la del "no importa", acudí a la primera de las dos sesiones a las que asistí el día del estreno, autoconvencido de mostrarme escrupulosamente objetivo y de no dejarme llevar por los sentimientos que la explosiva combinación 'Queen+Película' podía causar en mí. A los dos minutos de cinta, con los pelos como escarpias, entendí no obstante que no iba a poder ser. Joder que si importaba. 




Un seguidor de Queen -que es lo mismo que decir un fanático y que es al fin y a la postre el espectador principal de la película- puede tolerar que esta sea un biopic más, encorsetado en los elementos que rigen siempre este tipo de cintas: éxito público y demonios privados del genio protagonista. Y puede soportar que, a pesar del enorme potencial que ofrece la vida y obras de ese protagonista, el resultado sea igual que el de la inmensa mayoría de películas de su género: superficial, poco arriesgado, elemental. Calificativos que han llenado las críticas especializadas y todos ellos antónimos de lo que eran tanto Queen como Freddie Mercury. Sí, al queenero puede no importarle todo eso e incluso disfrutar mucho -muchísimo como fue mi caso- una película de ese corte y nivel. Pero lo que sí le va a importar son los errores. 

La historia de Queen y Freddie es larga y compleja, llena de personajes y momentos clave, tantos buenos como malos, que fueron determinando lo que hoy son y lo que significan para millones de personas en todo el mundo. Se entiende, por tanto, que no todo quepa en 135 minutos -¿para cuando una serie?- que haya que resumir y que una historia hecha película no tenga por qué seguir de manera escrupulosa la manera en que sucedieron los hechos reales. Pero hombre -o mejor dicho, querido- que menos que sí siga el mismo orden. 

Así, y por poner dos de muchos ejemplos, no puede uno explicarse como antes de crear A Night at the Opera y durante su primera gira americana -que de hecho no fue ningún éxito sino que tuvo que cancelarse tras ponerse Brian May gravemente enfermo- Queen toca por cada rincón del país Fat Bottomed Girls, una canción que ¡ni siquiera existía! y que vería la luz cuatro años y tres discos después, en Jazz. O como colocan la famosa gira sudamericana y su concierto en Río mucho antes de 1980, cuando tuvo lugar en el 81. A lo largo de toda la película se suceden sin parar errores cronológicos que dejan bien a las claras los tremendos problemas y las numerosas manos por las que pasó el proyecto, así como las ganas que tenían de concluir el trabajo, saliera como saliese. Todo muy poco Queen.

                                    


También queda patente la intención de dirigir la película al siempre numeroso público norteamericano, con el que de hecho Queen se las vio y se las deseó a lo largo de toda su carrera en buena medida por culpa de los de siempre (La prensa, ¡puaj). Aparte de la ya mencionada secuencia de la gira, la obra nos cuenta como se gestaron dos de las tres canciones que de verdad triunfaron y aún triunfan en Estados Unidos, We will rock you y Another one bites the dust, cuando sin duda alguna tanto la historia en sí como el fanático de a pie hubieran agradecido mucho más el 'como se hizo' de canciones como Under Pressure (con Bowie y Freddie en el mismo estudio), Radio GaGa (ideada por el hijo de Roger) o Crazy little thing call love (creada por Freddie en el baño en menos de 10 minutos y tercera de las triunfadoras en USA). Japón, por contra, casi ni aparece. Los nipones merecían más premio a su insuperable amor por el grupo. 

Múnich, Hot Space y Paul Prenter -cuyo personaje es un compendio de todas las malas compañías que tuvo Freddie- son los baches y el antagonista que necesita toda película, aunque al queenero le duela ver como se convierte a Freddie en el causante de los momentos más negros del grupo. En verdad todos fueron a Múnich, todos decidieron darse un descanso y todos salvo John Deacon emprendieron carreras por su cuenta, siendo de hecho Roger Taylor y no Freddie el primero en sacar disco en solitario. 



Y sí, como biopic es uno más porque es para todos los públicos. La vida privada de Freddie se trata muy por encima y sin ir más lejos la escena de la fiesta se queda realmente corta, muy muy corta. Sonroja además ver como Brian, Roger y John la abandonan discretamente al no poder seguir el ritmo de Freddie, cuando es bien sabido que en esas fiestas todos ellos desparramaban por igual. Se nota la mano de May en la producción, si para bien o para mal ya depende de lo que uno quisiera que le contaran. 

Algunas cosas sobran, y otras faltan. La violenta lucha y ruptura con la compañía Trident (de la que saldría la impresionante Death on two legs), el rodaje de Bicicle race, sus polémicos conciertos en Sudáfrica, la 'pelea' entre Freddie y Sid Vicius o la constante persecución de una prensa que no podía soportar no poder controlarles y que queda vagamente resumida en una secuencia un tanto psicotrópica. Todos estos pequeños episodios habrían ayudado a comprender mejor la alocada carrera siempre hacia adelante y siempre hacia arriba de un grupo totalmente superior y diferente al resto y de un hombre extraordinario cuya vida se explica en Somebody to love y cuya obra bien podría resumir We are the champions




Freddie decía a sus detractores que sus canciones no estaban hechas para cambiar el mundo ni agitar conciencias, sino para ponerlas, disfrutarlas y olvidarlas. Es una buena manera de resumir Bohemian Rhapsody, y yo me habría evitado un largo artículo que, como la canción, ni siquiera queda muy claro de qué va. Qué importa. Nada, realmente.  

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