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jueves, 3 de octubre de 2013

Breaking Bad, El Padrino de las series


A lo largo de los últimos días hemos leído en innumerables webs, periódicos, foros y blogs que Breaking Bad es, sin ninguna duda, la mejor serie de la Historia. De hecho, el final, que suele ser el “pero” al que los frikis quisquillosos recurren al hablar de la perfección o no de una serie (Los Soprano son el mejor ejemplo) podría en este caso no haber sido tan perfecto como ha sido, que a un servidor y a muchos más Breaking Bad nos seguiría pareciendo la indiscutible número uno.

“El guión lo es todo”, decía Billy Wilder. Ahí dejó “El apartamento” para corroborarlo. Y Breaking Bad ha firmado bajo esa sentencia. Las aventuras y desventuras de Walter White no han contado con el reparto de Los Soprano, el presupuesto de Boardwalk Empire, los culos y tetas de Juego de Tronos, la rabiosa actualidad de Homeland, los decorados de Lost, las vísceras al aire de The walking dead o el atrezzo y la ambientación de Mad Men.

Los hombres de Breaking Bad tan sólo ha contado la historia de un tipo aparentemente normal, en un sitio aburrido, con una esposa fea y muy pocos amigos dándole réplica. No han tirado de dinero, efectos especiales o tías buenas para llamar la atención del espectador. Y sin embargo han convertido esa historia ni más ni menos que en El Padrino, cuando parecía imposible que nadie, jamás, osaría quitarle ese honor a Tony Soprano.

W.W. Un tipo muy normal...
Porque Walter White era eso. Un hombre bueno ajeno a los problemas, que cambia el chip a raíz de una noticia, y que llega hasta el límite y más allá por la familia. Tan lejos llega por ella, que la pierde. Y, sobre todo, un hombre temido, odiado y amado a partes iguales por ser el que mejor maneja el arma más peligrosa de este mundo: la inteligencia. En efecto, Walter White es Michael Corleone.

Para colmo, el guión de Breaking Bad no ha sido sólo bueno, sino “cada vez mejor”. A cada capítulo el nivel subía un poco más, como el tanto por ciento de pureza de la meta azul, hasta llegar al “10 absoluto” que tanto crítica como público han decidido otorgarle.
Una unanimidad que también existe con respecto al siempre peligroso final y que muy pocas obras a lo largo de la historia han conseguido alcanzar: El Padrino, y poco más.




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